La imágen mejor conocida y mas difundida de México en los últimos uno o dos decénios es la de una mujer colorida, bella y fuerte con trajes y rasgos aparentemente indígenas. Sin embargo, con un poco de reflexión queda claro que esta imágen en nada corresponde a la realidad en la que viven las mujeres y (especialmente) las mujeres indígenas en el México de hoy. Hace mucho que la prensa internaciónal habla de un ‘pandémico’ de violéncia contra las mujeres en México, y no solamente en el ya tristemente celébre caso de Ciudad Juarez. En cuanto a los indígenas, no es por acaso que en la mayoria de los escandalosos masacres de los últimos años las víctimas eran de origen indígena.
Parece entonces que El Comandente Marcos tenía razón cuando dijo que en México lo que se valora de los indígenas no es su realidad, pero sí una foto suya. A fin de cuentas se trata de una imágen, producida por una industria cultural. Nada anormal. Todos los países tienen sus industrias culturales. Pero esta imágen es tan difundida, y los valores que promueve tan ubícuos, que alcance el nivel de una ideologia naciónal. Nos basta un ejemplo: este verano el Museo Franz Mayer luce una exposición especial sobre el esbozo, titulada, reveladoramente en inglés, Made in Mexico. Aprendemos de la información expuesta que este traje, es “una de las prendas femeninas mexicanas por excelencia … tiene (mucho) significado en la creación de la identidad de la mujer y del país”. El texto que introduce la exhibición no habla principalmente del rebozo, pero si de la intentidad naciónal:
‘México es un rico tapiz en el que se entretejen múltiples hilos. Su larga y tumultuosa historia, desde los antíguos pueblos prehispánicos hasta la modernidad de su cultura urbana, ha traído múltiples influencias e ideas al país, adaptándose en un cosmovisión y modo de vida singularmente mexicanos. Las artes decorativas, parte integral de la cultura mexicana, reflejan la intersección de la cultura tradiciónal, el legado colonial y la vida contemporanea y política. El rebozo ha sido — y continúa siendo — un resistente emblema de la identidad mexicana’.
También en la exposición aprendemos que hoy dia hay ‘planes gubernamentales…que se han creado para fomentar la producción de rebozos de alta calidad (y) cooperativos para ayudar a las comunidades a elaborar rebozos y para aconsejarlos sobre la manera de comercializar los textiles y volverse autónomos’. Nos presenta una imágen muy positiva, y no poco consoladora. Deja la impresión que en este pais se valora las tradiciones indígenas y el trabajo de las mujeres indígenas, en la orgullosa tradición de Frida Kahlo (quien de paso no era indígena, pero bueno…). Es una idea que (en principio, dada la caída del peso…) vende muy bien en el exterior (hay que recordar el nombre de la muestra, dirigida a un público o bien gringo o ya sea suficientamente malinchista…). Es una imágen que legitimiza la violencia y la desigualdad, el rebozo transparente de un estado que quiere continuar a ser visto como esencialmente liberal y progresista (y, demás importante, inversionable) al mismo tiempo que brutaliza, ensclaviza su población indígena al punto de encogerse de hombros y lavarse las manos cuando un niño indígena de 12 años que estába nomás comprando pañuelos es asesinado por un soldado que evidentamente no estába disparando “hacía el aire”; enseña la imágen de un estado que se ríe cuando 43 estudiantes indígenas son matados, que es liderado por un presidente responsable de la violación de decenas de mujeres indigenas por sus policías…
Hablar de la industria Kahlo, de su papel cultural, economico e ideológico no implica, evidentamente, echar la culpa a la rica y compleja obra de Frida…aunque cabe recordar que ella tampoco era indígena, pero sí urbana, de clase alta, que en su tiempo, en el acto de hacer valorar las culturas indígenas, tambien les exproprió, mezclando vários elementos de diversas culturas que no tenían ninguna conexión entre sí y “mexicanizándolos”. A fin de cuentas, una nación necesita una cultura. En todo los casos subyace a esa cultura un mundo sordido de contradiciones y contrastes, que apenas vislumbramos, un mundo, además, que puede ser explotado fructíferamente por los artistas – como, por ejemplo, Frida Kahlo. Pero en México estas contradicciones son brutales, y vivas. La mayoria de los turistas que están dispuestos a desembolsar 200 pesos a cambio de una playera con una imágen de Frida Kahlo en la que lleva pusto, junto con sus adornos indígenas, una playera del Daft Punk (indígeneidad y modernidad en perfecta sinfonía!) por cierto desconocen que en el Estado de México diez veces más mujeres han sido asesinadas que en Ciudad Juárez en los últimos 21 años sin que el Estado mexicano ni pestañeara. Pocos fuera del país entiendrían que en el caso Iguala la indiferencia de las autoridades se debe en gran parte al hecho de que eran indígenas los que fueron (presumiblemente) masacrados. Pero en el México de hoy, una mujer indígena es la más vulnerable y menos visible de todos. A no ser que sea colorida, bella, y muerta.